16 avril 2012

En general, existen dos tipos de situaciones: las que nos acercan y las que no. Sólo en casos especiales se hace presente una tercera categoría que, claro, es la más temida, y son las situaciones que nos alejan. Suelen venir acompañadas por palabras hirientes, silencios prolongados, negaciones y mentiras, y duelen como duelen las gargantas en invierno. Duelen cuando abrimos la boca y cuando tragamos quejas, duelen hasta cuando tomamos un té con limón. Cada vez más lejos uno del otro, otro del uno y uno de uno, y cada vez más frío y más hinchazón.

(Claro que el término situaciones puede reemplazarse casi por cualquiera que se nos ocurra, como palabras,momentos, movimientos, silencios, cualquiera)

3 avril 2012

De la I a la Z (continuación): Prescindencia

La cuestión es atinarle al momento exacto. Queremos que no duela tanto, a ninguna de las partes, pero es difícil anestesiar algunas cosas. ¿Qué se dice? ¿Se usan esas frases prefabricadas?
Qué absurdo decir "no sos vos, soy yo" cuando claramente el problema es vos. Un vos que, quizás, ya no nos resulta simpático, o no vale el esfuerzo.
Entonces esperamos. Dice la gente que la decisión está tomada mucho antes del quiebre, aunque no nos damos cuenta, y de pronto todo está claro. Nos sentimos bastante pelotudos parados medio pálidos, medio tensos, mientras vos, que se cree la única víctima de la historia, mariconea un poco, argumentando pavadas, diciendo otra vez cosas que no causan gracia ni valen la pena. ¿Qué hacemos entonces? Nada. Esperamos un rato más, a que se calme, a que deje de llorar si llora, a que baje del caballo si se subió, a que grite y nos putee mientras pintamos nuestra mejor cara de poker.

Ya se le va a pasar. Consuelo de tontos. En el fondo, no queremos lastimar a nadie, pero en estas cosas, nunca quedan las dos partes bien paradas.
Un día se va a levantar y va a darse cuenta de que no nos necesita para sentirse bien, de que, al fin y al cabo, no nos quería tanto y va a empezar a ver que éramos bastante desagradables, que nuestra risa sonaba horrible, que roncábamos, que nunca nos dábamos cuenta de cuánto hacía por nosotros, mientras claro, nosotros no hacíamos nada, y que nunca le prestábamos la atención que se merecía.

Solos, escuchando música deprimente (porque uno siempre hace eso) tal vez en el mismo momento en el que vos y sus labios conocen un nuevo yo, el estómago se revuelve sin aviso al sentir la vibración de ese mi menor que entra por todo el cuerpo y nos recuerda, sin motivo aparente, que le encantaba esa canción.
¿Por qué ahora? ¿Por qué las decisiones que tomamos pierden todo el sentido que tenían y se vuelven contra nosotros? ¿Por qué duele la prescindencia?

Luz, calma, firmeza.
A veces nos acordamos tarde, de que éramos perfectos.