Además de las palabras que ya se volvieron corrientes, de la costumbre de lastimarnos los hombros, besarnos los dedos y mordernos las orejas; vi sus labios susurrando, sentí sus brazos alrededor de mi cuello y lo supe. Por unas horas lo amé. Inexplicablemente fui suya.
La noche se burló de mi, me jugó una broma pesada. Ahora nos miramos de reojo y dudamos.
Todo está mal.
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