Pasé toda la noche repitiendo su nombre, como si algo se ocultara tras esas siete letras. Siete letras como las mías, pensaba, pero tan distintas en su forma. Lo decía gritando y después lo susurraba, lo deletreaba para atrás y para adelante, lo hacía pedazos y buscaba en cada rincón, en cada recoveco, una explicación que no quería encontrar.
Una caricia que ya no está, ni siquiera en el recuerdo. Y una línea final: Je vous laisse aller.
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