8 septembre 2009

Primer día de clases. El profesor dividió el aula en dos planos que miraba alternadamente, con un gesto que lograba mostrar su intento en vano de recordar todas las caras y expresiones, como si supiera que el día de la graduación fuera a dar un discurso que mencionara el exacto momento en el que entró y apoyó el termo y el mate en el escritorio. Se sentó mientras cebaba el primero y la pregunta de fuego no tardó en llegar. ¿Por qué estábamos ahí?
Impresionante. De pronto se hizo un silencio que nadie se atrevía a interrumpir, y todos nos mirábamos, y se escuchaban susurros nerviosos, y se veían ojos pensantes, mirando al techo mientras las bocas se movían sin decir nada, repasando frases dibujadas mientras los dedos llevaban la cuenta.
El profesor se levantó, cebó otro mate y se lo dio a una chica sentada en la primera fila.
Queremos ser profesores. Nada mas obvio, por eso estamos acá. Pero la duda iba más allá, ¿por qué queríamos serlo? ¿Por qué esa disciplina y no todas las demás? ¿Por qué unos y no los otros?

Hay mil cosas cruzándose y chocando en mi cabeza. Muchas ideas, muchas posibles respuestas (ninguna errada) que no pude decir. Ninguna está completa, ninguna cierra, y todas parecen perder el sentido pasados algunos puntos de análisis. Todavía me avergüenzo del silecio que nadie supo ni quiso romper y del profesor mirando al suelo y cambiando el rumbo de la conversación.

Pero el año que viene voy a estar preparada.

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