24 février 2009

Como buena pueblerina, no me gusta viajar a Capital. Antes lo detestaba porque no sabía, me perdía, ahora no me gusta exactamente por lo contrario.
Salí de mi casa 15:30 exactamente, pero recién pude viajar a las 4. Supe desde el vamos que iba a llegar tarde, no tenía nada que perder. El Roca, como siempre, un desastre. El subte, como siempre, insoportable.
Llegué pasados diez minutos de la hora a la que me habían citado, aunque por supuesto nadie lo notó. Me senté a un costado, al lado de las mismas chicas con las que había compartido la primera entrevista. Hablamos un buen rato, quejándonos de vez en vez de la poca atención hacia sus probables futuros empleados. Barajamos la posibilidad de viajar juntas, jugamos con la idea de comer un helado o algo al salir, yo me moría de hambre.
Una hora más tarde apareció ese que, nos habían anticipiado, iba a hacer de vocero. Acá hago un paréntesis: Lo que más me molesta es tener que viajar más tiempo del que voy a pasar en el destino. Me sentó delante de el, me entregó unos papeles, me indicó unas cosas, me dio un número de teléfono y me dio pie a retirarme.
Salí con un sentimiento que no sé explicar, era una mezcla entre alegría por los buenos resultados, y molestia por la suma de cansancio, horas perdidas y ganas de comer, apagadas después de un paquete de Twistos comidos en la primera y única escala de mi viaje de vuelta.
Tengo que acostumbrarme a la idea de repetir eso a diario, con mucha música en el mp3.

Bienvenida al infierno, hell iea.

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