26 février 2009

Ocho horas de ayuno, que se transformaron en casi doce horas de morderme las cutículas, agujas, pichazos, frasquito, radiografías, electrocardiograma, clínico, salas de espera.
Estar ahí sentada, esperando, con mi frasco en la mano y varios papeles, con ese insoportable olor a médico (no, no es olor a hospital, todos los médicos lo llevan como impregnado, como si fuera condición para matricularse), me recordó por qué empecé a odiar los controles.
Crucé la puerta que anunciaba "Extracciones", caminé por un pasillito que se volvía más angosto cada vez, y me senté. No había terminado de acomodarme cuando la mujer, un poco bruta, la verdad, me clavó la aguja en el brazo. Molestó, sí, pero tampoco como para correr con la gomita atada, como cierto amigo mio hizo alguna vez.
El electrocardiograma fue lo más divertido. Bueno...porque me reí. La verdad es que me reí porque me hizo cosquillas cuando me preparaba.
El clínico habló los primeros 5 minutos de la consulta, de la relación que existía entre los nombres de la paciente anterior y el mio. El resto fue lo que tardó en hacer el chequeo completo. La consulta duró 7 minutos.
Radiología...bien, el tipo estaba comiendo. Agradezco tener un poco de cerebro, sino no sé cómo hubiera hecho para entender las señas que indicaban posición y demases.
De vuelta en recepción, entregué los papeles, y me alegré con la sonrisa falsa de la muchacha que me atendió cuando me dijo "los resultados van a la empresa, espere su llamado". Bien, ya soy parte del sistema.
Salí muerta de hambre, y prendiendo el primer cigarrillo después de medio día de no fumar.

Nota mental: Nunca fumes en ayunas.

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