23 février 2009

Las noches sin dormir llevan a tardes prácticamente ausentes, donde alterno mis pesadillas entre el sillón, el piso y el borde de la cama deshecha, repleta de fotocopias y apuntes imposibles de leer. Hoy me encontré durmiendo con la cabeza apoyada en el mármol de la cómoda, sentada en un acolchado cuidadosamente desparramado en el suelo.
Las noches sin dormir llevan a mañanas francamente torpes, donde hago lo que le que critiqué a Santiago, y seco el mango de la cuchara en la musculosa blanca, y sé que la mancha no va a salir. Y ni el té con miel, ni el de menta, ni el de hierbas silvestres, ni el que tiene manzana y canela, ni el que tiene olor a Valeria del Mar son oportunos. No quiero nada raro.

De nuevo me veo perdida en el insomnio, insoportablemente vacío, donde asusta saber que no queda más que pasar el tiempo sola conmigo, sabiendo que no soy la mejor opción.


Y nunca, jamás, mi mejor amiga.

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