12 juin 2011

El viento.

El tiempo nos había borrado. Éramos entonces una sombra de lo que habíamos sido, el polvo de tiza que queda pegado en las manos, ese que es tan difícil de sacar, que mancha la ropa y todo lo que toques.
Pasé toda la noche repitiendo su nombre, como si algo se ocultara tras esas siete letras. Siete letras como las mías, pensaba, pero tan distintas en su forma. Lo decía gritando y después lo susurraba, lo deletreaba para atrás y para adelante, lo hacía pedazos y buscaba en cada rincón, en cada recoveco, una explicación que no quería encontrar.

Una caricia que ya no está, ni siquiera en el recuerdo. Y una línea final: Je vous laisse aller.

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